Eduardo Peñafiel
El IoT es una red gigante de cosas conectadas, que incluye objetos y personas. Explicado de una manera sencilla, se trata de conectar cualquier dispositivo que se pueda prender y apagar a internet.
Desde el 2014 la conversación acerca de este tema tomó fuerza gracias a varias consultoras en tecnología que pronosticaban que para el 2020, más de 50 billones de dispositivos (excluyendo teléfonos inteligentes y tabletas) estarían conectados entre sí, cifra que ha variado mucho los últimos años. Gartner, una de las principales consultoras en tecnología, estimó que al término del 2016 más de 6 billones de cosas estarían conectadas o formarían parte del “Internet de las cosas”.
Esta tendencia tiene un gran potencial para impactar como vivimos y como trabajamos. Por ejemplo, imagina que tu reloj despertador al sonar la alarma a las 7 de la mañana, le dice a tu máquina de café que prepare una taza de expreso para que esté lista media hora exacta después de haberte despertado. Y que si vas tarde a una reunión de trabajo, tu coche automáticamente le manda un texto al cliente con la hora exacta de tu llegada basada en información del tráfico en tiempo real. Además, encuentra un lugar de estacionamiento para optimizar el tiempo de llegada.
Lograr que las cosas funcionen como en estos ejemplos, no es tan sencillo como parece. Empresas de tecnología, desarrolladores de software y marcas de consumo que fabrican celulares, televisiones, refrigeradores, alarmas y demás objetos, necesitan invertir tiempo y dinero para que sus dispositivos sean inteligentes y “hablen” con los demás y se puedan comunicar dentro del ecosistema del “Internet de las Cosas” o IoT.
Las aplicaciones y las posibilidades de “el internet de las cosas” son infinitas y de gran impacto para muchas industrias. Unos ejemplos:
– Hogar: Imagina controlar la temperatura de tu casa, las cámaras, las luces, las chapas de las puertas y hasta recibir una alerta en tu teléfono cuando alguien entra un cuarto al que no debería. ¿Dejaste un estufa prendida? Esta se apagaría al detectar que no se ha usado en cierto tiempo, evitando un accidente común. Tu consumo de luz, agua y gas, bajaría de manera considerable.
– Transporte: No se trata solamente de lograr que un automóvil se maneje solo, sino que se comunique con los demás vehículos y dispositivos que son parte de su trayecto. Tu coche podría seleccionar de manera automática la ruta con menos tráfico, así como alertarte de un accidente en tu camino y frenar sin pedírselo para evitar un choque con alguien que se pasó un alto frente a ti. Una compañía que transporta mercancía podría saber la ubicación de sus camiones, su trayecto, hora estimada de llegada a su destino y cuantas horas lleva despierto el chofer, para evitar un accidente por fatiga.
– Salud: Tu reloj o banda inteligente podrían monitorear de forma constante tu ritmo cardiaco y nivel de azúcar en la sangre, alertando a una ambulancia cercana en caso de emergencia. Estos reportes los recibiría tu médico de manera instantánea y te podría mandar opciones de fecha y horario para tu siguiente cita. ¿Se terminó tu medicina? Tu farmacia te mandó un mensaje con la sucursal que la tiene lista para que vayas por ella.
Entender qué impacto puede tener el “internet de las cosas” y cómo se puede aplicar en los distintos aspectos de nuestra vida diaria es fundamental para su desarrollo. Lo mejor que podemos hacer es utilizarla, ya que gran parte del éxito depende del uso que le demos cada uno de nosotros, ayudando de manera directa a las marcas con la retroalimentación que reciben al interactuar con sus productos.
Esta información es clave para mejorar sus objetos, servicios y como consecuencia directa, nuestra calidad de vida.
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