Immanuel Wallerstein
Visitar Rusia, lo que hice recientemente, es una extraña experiencia para alguien que venga del Norte Global. Como sabemos, la mayoría de los rusos tiene una lectura totalmente diferente de la historia reciente del mundo de la que tiene la mayoría de las personas en ese Norte Global. Además, sin embargo, se preocupan por cosas diferentes de las que los visitantes esperarían que se preocupen.
El único supuesto común que trasciende estas diferencias es el hecho de que la ocurrencia de una abrupta caída en los precios del petróleo y el gas, combinada con el embargo impuesto por algunos países sobre Rusia, ha creado un estrangulamiento económico sobre los gastos públicos de Rusia y sobre el consumo individual.
En Rusia hoy, casi todos a lo ancho del espectro político consideran que Occidente, y Estados Unidos en particular, ha conspirado con algunos otros –principalmente Arabia Saudita e Israel– para castigar a Rusia por sus acciones y supuestas fechorías al emprender lo que los rusos consideran como legítima defensa de sus intereses nacionales. El debate se centra primordialmente en Ucrania, pero incluye también, en menor grado, a Siria e Irán. La teoría de la conspiración es probablemente un tanto exagerada, ya que Estados Unidos comenzó a desarrollar su petróleo de esquistos (un importante factor del sobre abasto mundial de hoy) alrededor de 1973, en respuesta al aumento en el precio que promovió la OPEP.
No obstante, en Rusia nadie oye gran discusión de estos asuntos de política exterior. Esto se debe, probablemente, a que no hay demasiado disenso al interior del país respecto de las posiciones oficiales rusas de política exterior, ni siquiera de personas o grupos muy críticos al presidente Putin en otros asuntos. En cambio, lo que uno oye discutir es cuál es la mejor manera de manejar el agudo déficit presupuestario que enfrenta el Estado ruso.
Hay tres posiciones básicas. Una es reducir significativamente los gastos del Estado. Podríamos decir que ésta es la opción neoliberal. Es promovida por el ministro de Finanzas. La segunda es utilizar las reservas aún disponibles para el Estado ruso, con lo que se minimizaría la necesidad de reducir los gastos en lo inmediato. Podríamos decir que ésta es la opción socialdemócrata. Es promovida por el ministro de Desarrollo Económico. La tercera es utilizar uno de los dos paquetes de reservas, pero no ambos. Podríamos decir que ésta es la opción intermedia. Esto garantizaría estabilidad para 18 meses, probablemente, y se basa en la esperanza de que, de algún modo, el precio del petróleo y el gas comience a subir de nuevo para entonces y/o que las sanciones sean anuladas o que en gran medida se les pueda dar la vuelta.
Lo notable es que las tres posiciones fueron promovidas dentro del relativamente pequeño círculo de personas que toman decisiones y que rodea al presidente Putin. Hasta ahora parece que Putin mismo favorece la opción intermedia. Lo que también es notable es que este debate sea casi público. Por lo menos esto no es secreto para ningún ruso que siga las declaraciones públicas de los protagonistas, así como las filtraciones a la prensa –que son más diversas de lo que los comentaristas en Occidente sugieren normalmente.
Sin embargo, existe un peligro acechando, ocasionado por este debate casi público. Y el peligro es que los hombres de negocios rusos, los bancos, y el público en general (particularmente las personas más acaudaladas), entren en pánico, pensando que prevalecerá una opción que temen y entonces, en consecuencia, realicen vastos retiros de recursos que conduzcan a una prisa por ir a los bancos, y a una inflación importante. Si ocurre un pánico de este tipo, entonces ninguna de las opciones podrá funcionar para habilitar al Estado a que sobreviva al estrangulamiento financiero.
Hubo así una gran difusión del discurso que diera el primer ministro Dimitri Medvedev en el Foro Gaidar, el 14 de enero. Medvedev anunció que el Estado iba a emprender la opción intermedia. Le pidió a todo mundo que respaldara esta opción, precisamente para apagar cualquier posibilidad de pánico. Y de hecho terminó su discurso citando la famosa frase del presidente Franklin Roosevelt en 1933: Lo único que debemos temer es al temor mismo. Medvedev afirmó que el gobierno ruso no tiene miedo.
¿Pero será suficiente un discurso para garantizar que no habrá pánico? Porque el discurso de Medvedev no contuvo totalmente el pánico. El debate en torno al pronunciamiento del primer ministro reveló que muchas personas y muchos grupos no están persuadidos de que no vaya a haber pánico. Eso es lo que yo llamo un pánico por el pánico.
El modo en que Putin contiene este pánico por el pánico es emprender lo que él considera una política exterior fuerte, clara y medida con sumo cuidado. La decisión de reemplazar el Flujo del Sur o South Stream (el sistema de ductos de gas y petróleo que va del mar Negro en Rusia a Bulgaria, y que Bulgaria ya no permitirá debido a las sanciones) con un Turkish Stream (diferente sistema de ductos que va del mar Negro en Rusia a Turquía) es un primer paso de esa política exterior. Ambos ductos dañarían a Ucrania, al no enviar el petróleo y el gas de Rusia vía Ucrania, por lo que se eliminarían las cuotas de tránsito por dicho país. No obstante, se intenta también que el Turkish Stream contrarreste el efecto de las sanciones (que condujeron a Bulgaria a cambiar su postura), al tiempo que recompense a Turquía, que cada vez es más un aliado de Rusia.
Un segundo paso ha sido la decisión de entrar en acuerdos con China y otros países para involucrarse en transacciones monetarias en sus propias divisas, con lo que evitarían las fluctuaciones del dólar. Uno de los proyectos resultantes sería un ducto que cruzara Siberia hacia el noreste de Asia, financiado en gran medida por China. Esta es una forma de darle la vuelta a las sanciones.
Un tercer paso ha sido el anuncio, apenas ocurrido, de que se le transferirá a Irán el sistema de defensa aérea con misiles conocido como S-300. Algo largamente prometido, Rusia había cancelado el arreglo en 2010 como resultado de las presiones provenientes de Occidente. Rusia va ahora a cumplir su promesa inicial. Esto sirve para reforzar el respaldo de Rusia a la inclusión de Irán en los procesos de toma de decisiones de Asia occidental. Esto le pone presión a Estados Unidos, y al mismo tiempo ayuda contener el intento de Arabia Saudita de seguir siendo el Estado árabe sunni clave. Ya ahora, con la asunción del rey Salman, la prensa está plagada de discusiones en torno a la fragilidad de la posición saudí.
Finalmente, en Ucrania, los rusos emprenden una política cuidadosa. Pese a no tener bajo control total a los autonomistas de Donetsk-Luhansk, Rusia, no obstante, se está asegurando de que los autonomistas no puedan ser eliminados militarmente. El precio ruso de una paz verdadera es un compromiso de la OTAN de que Ucrania no sea un miembro potencial. En torno a esto hay diferentes posturas dentro de la OTAN. Cada quien está jugando juegos de alto riesgo en Ucrania. Mi suposición, y es en gran medida un mero supuesto, es que la prudencia prevalecerá y se alcanzará un acuerdo político. Yo diría, observemos a Angela Merkel después de las elecciones. Ella (y Alemania) quiere hacer un trato, pero todavía no está libre para hacerlo.
Traducción: Ramón Vera Herrera
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